lunes, 6 de febrero de 2012

Creer es Crear: el Poder de la Mente Amable

Todos hemos oído hablar alguna vez de que tenemos que ser positivos para conseguir un estado de paz y armonía, pero a veces puede ser difícil si percibimos un entorno “adverso” o trabajamos con antiguas creencias que nos condicionan, situándonos en un estado de pre-ocupación en lugar de estar ocupados en el presente de la vida. La preocupación se convierte en la auto-vacuna para la incertidumbre, la que nos pre-para para lo menos favorable, ¿estamos preparados para vivir preocupados de forma continua?

Se ha demostrado que cuando nuestro organismo percibe señales nuestra mente las compara con creencias almacenadas o heredadas. Si en esta comparación nuestra mente identifica las señales como un peligro para nuestra persona (del etrusco phersu, que significa máscara) nuestras neuronas empiezan a generar adrenalina, entre otras hormonas, provocando un aumento de riego sanguíneo en nuestras partes motoras, a la vez que disminuyen el riego de la llamada corteza prefrontal del cerebro.
La corteza frontal es la región especializada del celebro asociada con el pensamiento, la planificación y la toma de decisiones que es, en apariencia, el asiento mental de la autoconciencia, donde nuestro consciente crea y aprende de nuestros comportamientos y emociones.
Esto quiere decir que cuando sufrimos un estado de estrés o inseguridad continuo es fácil que nuestra mente tienda a no utilizar la corteza prefrontral, usando la información almacenada en nuestro banco de memoria a largo plazo, creencias subconscientes (de respuesta instantánea), creencias conscientes (de respuesta rápida), en lugar de querer “perder” tiempo en reinventar una nueva “creencia” coherente con las emociones y percepciones presentes.

El mes de noviembre del presente año se publicó un interesante artículo en La Vanguardia donde Enric Álvarez, como responsable de psiquiatría del Hospital de Sant Pau, explicaba cómo han comprobado que el estrés en los animales les incapacita para sentir placer, renunciando a la vida social.
¿Cómo lo hicieron? Colocaron dos perros en dos jaulas, en la jaula A con un dispositivo rojo de abertura, y la B sin ningún tipo de escapatoria. Las dos jaulas poseían un suelo metálico y recibían, aleatoriamente, moderadas descargas eléctricas para incomodarlos. El perro A acabó descubriendo que cuando tocaba el disco rojo las puertas se abrían y podía escapar, generando la creencia de que el disco era una opción para salir del estado de estrés. El perro B no tenía escapatoria posible, lo probó todo y no obtuvo recompensa.
La sorpresa fue cuando comenzaron a suministrar corrientes a los dos. En abrirse las dos jaulas el perro A salió a la primera, era consciente que tenía opción de escapar, pero el B se quedó dentro de la jaula un tiempo antes de salir, soportando el estrés que le provocaba la corriente. Generó la creencia, por acumulación de intentos fallidos, de que su bienestar no dependía de él.

El mismo equipo realizó otro experimento, esta vez con ratones. Se les reprodujo un estado de estrés, molestándoles cuando menos se lo esperaban, produciéndoles un estrés crónico. Se comprobó que en el transcurso del tiempo dejaban de tomar el agua endulzada, que tanto les gustaba, antes de ser sometidas a dichas pruebas, dejando también de interactuar con otras ratas, sin ni siquiera rozarse.
Hagamos un ejercicio de imaginación sobre qué les pasaría a las ratas si en estado de estrés vieran a otras ratas pasándolo igual o peor, ¿mejoraría su sensación de bienestar o tendrían más estrés? Y si en los momentos en los que las ratas trabajan en equipo, los investigadores disminuyeran su nivel de estrés (el de las ratas), haciéndolas creer que el estrés es como una señal beneficiosa que les avisa cuando están desconectadas de su ser y de su comunidad, ¿recuperarían sus ganas de saborear el agua dulce?

Teniendo en cuenta que el 95% de nuestras decisiones, acciones, emociones y conductas provienen de nuestro subconsciente, si nuestras percepciones o aprendizajes no han sido coherentes nuestras respuestas tampoco lo serán. Es decir, nuestras respuestas a los estímulos externos están controladas por nuestras percepciones e ideas, que en realidad se convirtieron en creencias conscientes o subconscientes.
Bruce H. Lipton, doctor de biología celular, nos demuestra en sus pioneras investigaciones con células madre que los elementos que condicionan a todo organismo vivo son su entorno físico, energético y sus creencias, no su carga genética como teoriza el neodarwinismo.
Lipton afirma que el ADN es una plantilla de la que tenemos la opción de copiar sus patrones o generar nuevos gracias a nuestra capacidad creadora, modificando la epigenética (el software) de nuestros genes (el hardware genético). Esto querría decir, según Lipton, que la capacidad de la mente consciente de obviar la programación de creencias almacenadas es la base del libre albedrío.

“Si tú crees que puedes, tienes razón, si tu crees que no puedes, tienes razón”, H. Ford

Se ha hablado mucho de las causas del estrés, y las consecuencias que sufren los afectados directos, pero ¿qué consecuencias sufren las personas que conviven con estresad@s? Me refiero a los niños que aún no son “conscientes” del entorno, tal y como lo perciben los mayores.
No hace mucho tiempo, en 1990, Giacomo Rizzolatti y su equipo descubrieron las primeras células especulares (células espejo), posteriormente Daniel Goleman, profesor de psicología en la Universidad de Harvard y autor del libro La inteligencia emocional, explicó que estas neuronas detectan las emociones, el movimiento e incluso las intenciones de la persona con quien hablamos, y reeditan en nuestro propio cerebro el estado detectado, activando en nuestro cerebro las mismas áreas que se encuentran activas en el cerebro de nuestro interlocutor, creando un "contagio emocional", entendido como la capacidad de la persona de adoptar los sentimientos de otra.
Esto significaría que todos estamos comunicados, siendo espejos de nuestro entorno a la vez que nuestro entorno nos refleja a nosotros, unidos por una red inalámbrica que transmite paquetes de información a nuestras células de forma subconsciente, es decir, que si yo estoy estresado es muy fácil que transmita mi estrés aunque no lo manifieste de forma “palpable”: estamos compartiendo de forma involuntaria las emociones. Pero igual que puedo percibir o transmitir la parte de estrés que hay en mi o en mi entorno, puedo transmitir o percibir mi alegría, tenemos la dignidad del libre albedrío ¿por qué entonces no lo utilizamos?

¿Qué podríamos hacer para atenuar los efectos del estrés? Richard S. Lazarus, profesor en el Department of Psychology at the University of California (Berkley), estudió las variables que confieren a la personalidad las características que la hacen más resistente ante las demandas de estrés. Teorizó que son aquellas que hacen referencia a las creencias, como el sentimiento de auto eficacia, el locus de control (percepción de autocontrol de la situación), la fortaleza, el optimismo, el sentido de coherencia y, personalmente yo añadiría la compasión, el no prejuzgar ni juzgarse, el contacto con la naturaleza, el no miedo al miedo, y el sentido el humor, del bueno claro, y sintiendo nuestro corazón con pensamiento amable.

“Tus creencias se convierten en tus pensamientos,
tus pensamientos se convierten en tus palabras,
tus palabras se convierten en tus actos,
tus actos se convierten en tus hábitos,
tus hábitos se convierten en tus valores,
tus valores se convierten en tu destino”
Mahatma Gandhi

Carles Soro
www.creaccion.co

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